Allí se encontraba él, pensando que ella le pertenecía; tendidos en frágiles láminas heladas, sudarios de acero, que cambiaban su temperatura directamente con sus cuerpos.
Él la miraba con sus ojos de halcón y ella se escabullía por la cama con los movimientos naturales de una serpiente, él sabía lo que quería y ella sabía que debía hacer para que él siguiese creyendo saber lo que quería.
Él agitaba sus monumentales alas para acercarse más y más, ella se arrastraba dejándolo aproximarse, para luego escabullirse en un interminable ciclo de persecución.
Ambos cierran sus ojos, por el breve instante en que están; él se sabía dueño de lo que pasaría... la tomaría entre sus garras, la convertiría en su presa y se sentía seguro, quizá por aquello no vuelve a abrir sus ojos, confiado de todo, confiado de nada.
Sin pensárselo otra vez, decide lanzarse en picada, mas el principio de incertidumbre se hizo presente y todavía no lo tengo muy claro, pero tal vez por el viento o más bien por el veneno de ella, él se vio en el suelo, con sus alas pegadas a la cama y ella arriba, ascendiendo al cielo como lo hizo antaño una mujer, en movimientos exactos, sutiles y por fin, él comprendió que ella no era de nadie y así, así, nació el amor.
jueves, 21 de agosto de 2008
Cazador Cazado
Suscribirse a:
Enviar comentarios (Atom)
No hay comentarios:
Publicar un comentario