sábado, 28 de febrero de 2009

Inconexión

¿Qué querí ser cuando grande?
yo
odontóloga
haaaaa
ontoóloga
todo eso de los entes y demás


de los dientes y encías
haaaaa
de esa pasta
no cacho ni una wea

lunes, 16 de febrero de 2009

Errata o amor lactante

Voy a (ma)marte

Amor espacial


Voy a marte

domingo, 11 de enero de 2009

A tanta velocidad

A tanta velocidad, el viento debió golpearme el rostro, despedazarlo y convertirlo en ceniza; pero el casco lo protegía. La carretera era para mí una línea, en la cual algunos nos perdemos. Yo sabía que debía continuar a entregar mi pedido. Camino, vía y adicción.

La vida en ese momento estaba llena y el alma estaba color marrón. Me faltaba un cigarrillo para completar la felicidad de la noche, así que decididamente salí a comprar. Me dirigía por los caminos eternamente recorridos por pies como los míos, pero sin ellos.

-¡Qué mierda, ya estoy aburrido de estos viajes sin sentido si sigo en esta dirección, seguiré yendo a ningún lugar! – en esas cosas estaría, seguramente, pensando. Así que decidió cambiar de dirección, entró en calles desconocidas, vio a perros perderse en la noche, tuvo sexo con mulatas, mantuvo la respiración tres minutos y dibujó bocetos de una casa rodante; pensando que de esa forma encontraría un mejor sino para él. Lamentablemente nunca leyó a Sófocles.

Estaba tan seguro de las indicaciones que me habían entregado y más aún, de mí obediente forma de tomar órdenes que nunca me di cuenta, hasta segundos después, que había errado el camino. Era tan desesperante saber que había entrado en calles que antes nunca había recorrido. Era tan lamentable esta situación. Saque un porro, lo prendí y fumé. Antes de dar la vuelta, pensé que era mejor considerar la otra oferta de trabajo que me habían dado - guardia de seguridad -.

Ya sabía yo que el perderme en mis pensamientos generaba tal grado de desconcentración, que había osado cambiar mi dulce rutina y no había dudado ningún momento, en entrar a calles desiertas, donde pocas veces había pisado. Así que ya estaba seguro, aunque parece que ya lo había dicho, que había perdido el camino. Me detuve antes de avanzar, recordé todas las clases en mi facultad sobre los laberintos. Alcé mis brazos. Las venas comenzaron a ponerse más moradas. Los ojos empezaron a desorbitarse. Los dedos se alargaron y comencé a juntar estrellas, algunas constelaciones. A veces desechaba algunas y las tiraba lejos, otras veces tomaba la más afilada: me rascaba la espalda o los testículos, a veces ambos. Formaba figuras o inventaba palabras. Puse a fornicar a dos, tuvieron una tercera que fue dada en sacrificio. Y lo último que hice, fue pasar mi mano por el cielo, es decir, puras huevadas.

A veces la vida es así, no te das cuentas que todo está en movimiento y las cosas cambian. Ambos estaban atrapados en realidades inconexas y periféricas. Quién iba a pensar que Luis y Juan, o José y Antonio, o Juan y José, o Antonio y Luis; llegarían a conocerse.

No había podido tomar ninguna decisión sobre el cambio de trabajo. Pero sí sabía que debía dar la vuelta. Yo le había dicho a mi proxeneta que eso de la entrega en diez minutos era una verdadera estupidez, pero él no me había escuchado. Había encontrado un buen espacio para girar en u y volver por dónde me había perdido. De esa forma tan mecánica que tengo para hacer las cosas, observé que no hubiese ningún auto e intenté girar en aquel espacio maravilloso que se abría ante mis ojos. Pero todo fue tan rápido, sentí como tiritaban y titilaban las ruedas bajo el piso de tierra lleno de piedrecillas. Uno nunca sabe nada, ustedes no saben cuánto me arrepentí de no haber escogido aquella motocicleta con ruedas más anchas o haber ido en bicicleta o caminando o en monopatín. Yo ya sabía que la suerte estaba echada y en la segunda patinada sentí como el mundo daba vueltas, vueltas y vuelas. Yo salía disparado, yo navegaba por el cielo o lo cultivaba, hacia la plaza y mi vida entera se desplomó y fue en dirección hacia mi madre, que está en el santo reino…

Ya había pasado media hora en dulces juegos y recordé las ganas increíbles que tenía de fumar. Me puse en camino nuevamente. La noche estaba fría, tan fría que quemaba mis labios, despedazaba mi boca, el frío reventó mi hocico. El olor a madera verde quemada destruía mi olfato, rasgaba mi nariz y se cortaban mis bellos, que caían sobre la chaqueta. De pronto, se terminó abruptamente mi ciclo vital: respirar. Me desplomé y fui gateando hacia el lugar de dónde provenía todo. Levanté mi mirar y no pude ver más una luz amenazadora frente a mis ojos, era brillante. Un último instinto de supervivencia: el suicidio, pero ya era tarde. Lo primero que sentí fue el metal de una motocicleta. Una moto que había perdido el rumbo. La esperanza se esfumó rápidamente, porque a los segundos escuché como torturaban a mis compañeros - detrás de la puerta que estaba a mis espaldas -, oí la voz del maldito que me hacía preguntas, yo no sabía las respuestas y presentí que no debía decir nada. la promesa de libertad era mentira. La luz puesta en mi cara me atemorizaba. No terminaba de acostumbrarme a esta situación, cuando el escenario cambió nuevamente y vino lo peor, fui condenado a la nada blanca. Mientras escribo esto sobre una mesa blanca, sentado en una silla blanca, con un papel blanco y tinta blanca; todo esto acompañado de vino blanco, levanto mis ojos blancos y no veo más que blancura. Una voz, del mismo color que todo lo demás, me ha dicho que prontamente, olvidaré todos mis recuerdos para que todo esté lleno de blancura y ha dejado que escriba estas palabras, para que tú antes de ser condenado a lo mismo que yo puedas













Fin